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El Problema de Robinson Crusoe

El pecado de la carne

Leo en Concolocorvo ("Lazarillo de ciegos caminantes", memoria argentina - Emecé, 1997: 35) que los gauderios o gauchos salen a veces en grupos de cuatro o cinco "con pretexto de ir al campo a divertirse, no llevando más prevención para su mantenimiento que el lazo, las bolas y un cuchillo. Se convienen un día para comer la picana de una vaca o novillo: lo enlazan, derriban y bien trincado de pies y manos le sacan, casi vivo, toda la rabadilla con su cuero, y haciéndole unas picaduras por el lado de la carne, la asan mal, y medio cruda se la comen, sin más aderezo que un poco de sal, si la llevan por contingencia."

Brillante descripción, que muestra que, ya en 1771, nuestro gusto por la carne estaba bien desarrollado (también prefigura, in a nutshell, la violencia de "El matadero", de Echeverría, que a su vez anticipa o define toda la violencia que ha caracterizado nuestra historia antigua y reciente). Esa voracidad carnívora estaba inducida, sin dudas, por el exceso de oferta de carne, traducida en la existencia de miles de vacunos que eran - a esa altura - casi un bien público. El costo de un churrasco era sólo el del esfuerzo de matarlo y cocinarlo (malamente, como vimos).

Eso llevaba a excesos como los que cuenta Concolocorvo: "Otras veces matan una vaca o novillo sólo para comer el matambre [...]. Otras veces matan solamente para comer una lengua, que asan en el rescoldo." ¡Una vaca muerta sólo por comer su lengua! ¿Era un exceso? En algún sentido, sí; económicamente (al menos desde la óptica privada de cada gauderio) era una consecuencia lógica de una sobreabundancia de animales cimarrones y de las dificultades tecnológicas de mantener la carne en buen estado una vez muerto el animal (Nota 1: Las 6 vacas y el toro, dejados por Pedro de Mendoza en 1538, con una tasa neta de crecimiento de - digamos - 6% anual, se habían convertido más de 5 millones de cabezas; con una tasa del 7%, más de 45 millones. Nota 2: La abundancia también era un desincentivo para la innovación tecnológica: ¿para qué inventa formas de conservar la carne si era más fácil y barato conservarla viva?).

 La imagen también refleja - creo - el "pecado original" de la Argentina: si es tan barato producir derivados de la producción agropecuaria, ¿para qué industrializarse? Las ventajas comparativas muy sesgadas nos jugaron en contra desde siempre (al menos respecto al objetivo de aumentar la oferta local de bienes importables), como señala Rollo Tomasi en su bitácora[http://lacienciamaldita.blogspot.com/2005/11/inflacin-estructural.html).

Alegre estoy, vive Dios. Más oye un punto sutil. ¿No pusiste allí un candil? ¿Cómo me parecen dos?: Algunas reflexiones sobre el costo de capital

1. Una breve epifanía 

El análisis costo beneficio se basa en dos pilotes: el flujo de fondos, que refleja la generación temporal de costos y beneficios, y la tasa de descuento, que permite llevar esos flujos a una moneda comparable (la del momento de la decisión). Ambos son críticos, pero mientras el armado del flujo de fondos, si bien complejo, se beneficia de una multitud de herramientas que lo hacen posible, la determinación de la tasa de descuento sigue siendo algo controvertido.

En mis clases suelo comenzar a desarrollar el tema de la tasa de descuento o costo del capital planteando que puede ser visto desde dos puntos de vista: es el costo de oportunidad de los recursos invertidos en el proyecto, y también la rentabilidad esperada del mismo. A fuerza de repetirla, cada año, ante distintos públicos, la idea se "cristaliza", deja de ser problemática. Uno la dice con seguridad, y los alumnos la toman como algo establecido.

No todos. El otro día tuve una pequeña epifanía, cuando una alumna me preguntó qué quería decir con esa frase. ¿En qué sentido?, pregunté. En el sentido, me dijo, de que ambas definiciones de costo de capital no tienen por qué coincidir.

Touché. Salí del paso con un argumento que desarrollaré en esta entrada, pero la pregunta no dejó de conmoverme. Desde lo metodológico, por el error de permitir que mi pensamiento se "cristalizara"; en lo conceptual, porque me llevó a varias reflexiones.

2. Costo de oportunidad y rentabilidad esperada: ¿dos caras de una misma moneda o dos monedas de una sola cara?

La tasa de descuento debe medir el costo de oportunidad de los recursos invertidos o a invertir en el proyecto. ¿Qué significa esto? La repuesta conceptual es que debo comparar la rentabilidad del proyecto contra la mejor rentabilidad alternativa. Solamente si hago eso puedo decir que si el VAN es positivo el proyecto está captando una renta económica, porque sólo en ese caso el VAN positivo muestra que el proyecto está generando más rentabilidad que la rentabilidad "normal" del mercado... si resulta que la mejor rentabilidad alternativa es la de mercado. Si no lo fuera, la renta sería en realidad mayor (pues lo más probable es que la rentabilidad "normal" sea menor no sólo que la TIR de mi proyecto sino que la TIR de la mejor alternativa al mismo).

Por otro lado, si aplico el CAPM o un modelo de ese tipo, voy a calcular la tasa de costo de capital como el resultado de una ponderación del riesgo del proyecto, de la tasa sin riesgo y de la prima de mercado. La pregunta es: la tasa así calculada, ¿qué relación tiene con el costo de oportunidad de los fondos, si la tiene?

Imaginemos un proyecto que requiere una inversión de $1.000 y que genera un flujo neto de $200 anual, por 10 años. La TIR del proyecto es 15%. Si la TIR del mejor proyecto alternativo fuera de 12%, nuestro proyecto tendría un VAN = $130. Es decir, ganaría $130 por encima de lo que el inversor obtendría de invertir en el mejor proyecto alternativo.

Primera pregunta: ¿El 12% es la rentabilidad "normal" del mercado? La respuesta no es sencilla. Por un lado, debemos aclarar qué entendemos por "mercado". Para que los proyectos fueran comparables, deberían estar en el mismo sector y, sobre todo, tener el mismo riesgo. Se pueden comparar proyectos de distintos sectores (en cuyo caso por "mercado" estaríamos entendiendo a toda la economía), pero no proyectos de diferente riesgo. Suponiendo, entonces, que ambos proyectos están en la misma categoría de riesgo, la TIR de la mejor inversión alternativa es la tasa "normal" si el mercado es competitivo. ¿Por qué? Porque si el mercado es competitivo (muchos compradores y vendedores, bajas barreras de ingreso, producto homogéneo, etc.), los proyectos que ofrecen una renta son muy atractivos; otros inversores los replican; bajan los ingresos y por lo tanto la TIR. En el caso del ejemplo, si los ingresos anuales bajaran de $200 a $177, la TIR bajaría a 12% anual.

Segunda pregunta: ¿Y la rentabilidad esperada? Supongamos que en nuestro ejemplo la tasa sin riesgo fuera de 5% anual, y que la prima de mercado fuera de 6%. Entonces, el riesgo del proyecto, medido por el beta, debería ser de 1.17, de modo que kesperado = 5% + 1.17 x 6% = 12%.

Tercera (y crítica) pregunta: ¿Por qué la tasa de mercado - el costo de oportunidad - debería ser igual a la rentabilidad esperada? La respuesta sería que, si el mercado es competitivo, exigirle al proyecto más del 12% (es decir, buscar un proyecto que tenga un VAN positivo descontando sus flujos al 15%) sería buscar un proyecto con una rentabilidad mayor a la "normal" para su tipo de riesgo. Esos proyectos serían rápidamente copiados, de modo que sus ingresos - y su TIR - bajarían hasta que la misma llegara al nivel "normal" de 12%.

De modo que la respuesta a mi alumna fue que, si el mercado es competitivo, el costo de capital medido como costo de oportunidad de los recursos invertidos y medido como rentabilidad exigida deberían coincidir. Así, sí son dos caras de una misma moneda.

3. Caveats 

Claro que esa conclusión descansa en algunos supuestos. Uno, el ya mencionado de que el mercado es competitivo. Otro, crítico y normalmente no explicitado, que el mercado se define en función del riesgo. En otras palabras, para elegir los proyectos que compararé con mi proyecto debo agrupar a todos aquellos que tienen igual riesgo. De modo que - sensu stricto - el mercado no es el mercado de - digamos - ventiladores, sino el de cierto tipo de ventiladores que generan proyectos de igual riesgo.

En consecuencia, cuanto menos competitivo sea el mercado, o cuanto más disímil sea el riesgo de los proyectos que aparecen en un cierto sector, más podría diferir el costo de oportunidad de los recursos que pienso invertir en el proyecto de la rentabilidad que le exijo. La pregunta, en esa situación, sería: ¿cuál es la tasa relevante: el costo de oportunidad de los fondos o la rentabilidad exigida? Compliquemos la cuestión un poco más: ¿o será la tasa a la cual consigo el financiamiento (deuda y capital)?

Demasiadas preguntas para esta hora. Como dice el célebre poemita cómico "Una Cena", de Baltasar del Alcázar (que nos sirvió para titular esta entrada): "Las once dan, yo me duermo;/Quédese para mañana?".

¿Dónde está la utilidad de nuestra utilidades?

"¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades?/Volvamos a la verdad: vanidad de vanidades". Así escribe Antonio Machado, en el XXVII de sus "Proverbios y Cantares". No sé si estoy extrapolando mucho, pero me parece una manera muy elegante y poética - cuasi filosófica - de resaltar la importancia de un análisis correcto del indicador estrella de la conveniencia de un proyecto, el Valor Actual Neto, o VAN.

El VAN es eso, "vanidad de vanidades" si no lo leemos de manera correcta. ¿Cuál es esa manera? Primero, entender qué significa. Luego, detectar cómo se genera: "dónde está la utilidad de nuestras utilidades".

El VAN se define, como es sabido, como la suma actualizada de todos los flujos netos del proyecto (es decir, los flujos que el proyecto genera cada período, definidos como los ingresos menos todos los costos relevantes), menos la inversión inicial. Ahora bien, si al calcular los flujos netos hemos restado todos los costos; si los hemos luego actualizado por una tasa de descuento, y si hemos finalmente restado la inversión, significa que al calcular el VAN hemos considerado todos los costos, incluso el costo de oportunidad del capital (en la tasa de descuento). Por consiguiente, el VAN refleja la riqueza neta que el proyecto creará - si lo ejecutamos correctamente - por encima de la rentabilidad alternativa (medida por la tasa de descuento). Si la rentabilidad alternativa refleja adecuadamente el riesgo del proyecto y mide la rentabilidad de la mejor alternativa de inversión en ese mercado, entonces el VAN expresa una renta económica.

¿Qué significa esto? Que el proyecto obtendrá una ganancia extraordinaria por encima de la rentabilidad del mercado. Pero en un mercado competitivo es muy difícil obtener una rentabilidad extraordinaria, pues la fuerza de la competencia lleva - en el mediano/largo plazo a que la rentabilidad que se obtiene de un emprendimiento tienda a igualarse con la de mercado. ¿Entonces? Entonces, el VAN puede ser una "vanidad de vanidades": puede estar midiendo no una renta económica sino mostrando un error en las proyecciones (¡muy optimistas!) o en la tasa de descuento (no refleja la mejor rentabilidad alternativa).

Si descartamos esos errores, debemos justificar por qué el proyecto obtendría una renta económica: ¿por qué razón, de qué manera, está el proyecto evitando la competencia, y mejorando la rentabilidad de mercado?

La pregunta es, entonces, sobre dónde está la utilidad de nuestras utilidades. ¿Dónde se genera el VAN? ¿Cuáles son los factores - nuestra utilidades - que generan valor? El arte de la evaluación de proyectos está en la determinación de esos factores críticos. Calcular el VAN es sólo el primer - e insuficiente - paso del proceso: el verdadero objetivo es entender por qué, y de qué manera, el proyecto genera un VAN positivo (o negativo). Como dice también Machado: "Bueno es saber que los vasos/Nos sirven para beber/Lo malo es que no sabemos/Para qué sirve la sed".

El efectivo es rey (hasta cierto punto)

Que el efectivo es rey (cash is king) es un mantra que repiten todos los libros de texto de finanzas y evaluación de proyectos, y es correcto. Pero en todo caso se trata de un rey constitucional, es decir, con algunas limitaciones.

La evaluación de proyectos como la entendemos - es decir, aplicando el análisis costo beneficio - tiene como función objetivo y pauta de comparación a la generación de valor. Un proyecto es conveniente porque, bajo ciertas condiciones, genera valor. Ese valor lo medimos como la suma actualizada de todos los flujos netos que generará el proyecto, menos la inversión inicial. Es decir, con el VAN.

Ahora bien, el VAN tiene sentido si los flujos que utilizamos para calcularlo están bien estimados. Es decir, si son los flujos relevantes para el decisor. La regla "cash is king" es una de las que nos aseguran que los flujos que incorporamos en el cálculo del VAN son los correctos. La regla es válida porque, en el caso de una evaluación privada, evita que consideremos como flujos relevantes a lo que sólo son asientos contables.

El ejemplo más claro es la depreciación de los bienes de uso. Como se sabe, el monto que podemos asignar cada año como depreciación de los activos del proyecto es un costo contable, pero no representa una salida de fondos. Lo consideramos como un costo para estimar el resultado que será afectado por el impuesto a las ganancias, pero luego lo dejamos de lado. Esto es correcto porque - en el caso de los activos - la salida de fondos se produjo cuando se compró el bien, no cada año.

En el caso de una evaluación desde el punto de vista de toda la sociedad, sin embargo (e incluso al considerar ciertos beneficios privados), si bien lo contable sigue sin interesarnos (y ni siquiera nos importa su impacto en el pago del impuesto a las ganancias, pues el mismo es, socialmente, sólo una transferencia), a los flujos financieros debemos incorporar también los económicos. Mejor aún, desde la óptica social primero estimamos los flujos económicos y luego - en la medida que sean diferentes - los financieros.

Un ejemplo aclarará la cuestión. Supongamos un proyecto consistente en dar educación primaria a niños carenciados. Desde el punto de vista privado, el beneficio (económico) principal será la generación de ingresos por matrículas, es decir, tendrá un correlato financiero directo... o probablemente no. Como los beneficiarios difícilmente puedan pagar una matrícula mensual que cubra los costos docentes y de otro tipo, lo más posible es que ese proyecto no sea privadamente rentable. Pero esa es otra historia; lo que nos interesa remarcar ahora es que los beneficios (privados) equivaldrían a los ingresos financieros que el privado recibe, si esos ingresos existieran.

Ahora bien, ese proyecto tiene otros beneficios, que no necesariamente capta la escuela. Por ejemplo, la mayor empleabilidad de los alumnos que terminan su curso. Este efecto es claramente un beneficio, económico y social. Es un beneficio pues hay una generación de valor, pero es económico pues no tiene un correlato financiero directo sino "difuso", en el sentido de que no genera un flujo financiero que pueda captar la escuela, sino que el valor generado lo captará, eventualmente, cada alumno, en la forma de un diferencial positivo de sus futuros salarios. Al mismo tiempo, también por eso es "social", pues lo capta "la sociedad" (a través de los alumnos), más allá del propio proyecto.

De modo que el "cash is king" es una buena regla para armar el flujo de fondos, pues nos de un criterio claro para no considerar movimientos contables, que no generan - en sí mismos - valor. Pero esto vale sobre todo para la evaluación privada; en la social, como lo que nos interesa, siempre, es medir la generación de valor, podemos encontrar una divergencia entre el valor generado por el proyecto y los flujos financieros que permiten que ese valor sea captado por alguien.

Oficios urbanos: Los cuidacoches (II) o, ¿dónde está el proyecto?

1. Introducción 

En nuestra entrada anterior mostramos que, desde el punto de vista privado, el de cuidacoches es un proyecto rentable para quien lo emprende, y uno forzado para quien lo utiliza (es decir, es rentable pagar al cuidacoche para que no dañe el vehículo, pero más rentable sería que el cuidacoches no existiera). Un mejor negocio es gestionar un equipo de cuidacoches: ingresos directamente variables en función de la escala, libres de impuestos y costos fijos inexistentes arman un modelo de negocio muy atractivo.

2. Beneficios sociales 

¿Qué sucede desde el punto de vista social? ¿Qué costos y beneficios genera para toda la sociedad? En un primer examen podemos identificar dos beneficios: el automóvil está protegido, y el estacionamiento es más ordenado, pues el precio que representa la propina al cuidacoches - por pequeño que sea - desalienta a algunos automovilistas y reduce la demanda de espacios para estacionar.

El beneficio de evitar un daño a su vehículo se lo apropia el automovilista, pero en gran parte es un beneficio "forzado", pues la principal amenaza es el propio cuidacoches. El beneficio de la menor congestión es un beneficio social; sin embargo, no siempre la actividad lo genera. En efecto, si tomamos a los cuidacoches que actúan en partidos de fútbol o recitales, su aporte a una menor congestión probablemente sea positivo; si consideramos a los que asignan espacios en una cuadra cualquiera, un sábado a la noche, el impacto en la congestión es bastante menor.

¿Cuánto valen esos beneficios? El beneficio de ahorrar un daño en el vehículo se diluye, como dijimos, debido a que en gran parte es generado por el propio cuidacoches. Pero supongamos que hay una cierta probabilidad de evitar un daño generado por un tercero; digamos un ratero o un grupo de muchachos molestos. Si la reducción de la probabilidad es de 1%, el daño promedio es de 0.5% del valor del automóvil, y éste es US 12.000, entonces el ahorro del daño vale USD 0.60 por usuario.

El PBI per cápita de Argentina, en dólares corrientes, es de USD 6,380 aproximadamente (la fuente es el Fondo Monetario Internacional (http://www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2007/01/data/weoselgr.aspx). Esto significa que cada hora genera en promedio una riqueza anual de USD 0.72 centavos. En estos términos, si consideramos que en un turno de trabajo el cuidacoches genera un ahorro de 15 minutos de tiempo por usuario - al ordenar mejor los estacionamientos, y reducir en consecuencia el tiempo de espera - el beneficio generado por usuario sería de USD 0,18.

Es decir, bajo los supuestos señalados un cuidacoches generaría un beneficio social total (bruto) de USD 0.78 por usuario.

3. Costos sociales

Pero la actividad genera costos a la sociedad. El principal es la extorsión - implícita o explícita - que está detrás del pedido de dinero por una "protección". ¿Cómo valorar este costo? No es sencillo, pero podemos aproximarnos de la siguiente manera. Según datos empíricos, el precio de la protección, en un evento, es como mínimo de USD 5. Si consideramos que el dueño del vehículo que paga está cubriendo con USD 0.60 el ahorro de un daño generado por alguien ajeno al cuidacoches, la "compra" de tranquilidad le hace pagar la diferencia: USD 5 - USD 0.60 = USD 4.40. En otras palabras, cada conductor - y la sociedad - ahorraría USD 4.40 si los cuidacoches no lo amenazaran.

4. Caveats y conclusiones

Los valores anteriores son altamente conjeturales. Sin embargo, destacan lo principal: el principal costo social - que en la mayoría de los casos genera un costo social neto, que los beneficios que eventualmente ofrece el cuidacoches no pueden revertir - proviene de la extorsión que significa solicitar una retribución monetaria para ofrecer tranquilidad. Es decir, la lógica de fondo del proyecto genera un costo neto social.

Si eso es correcto, entonces los proyectos legislativos de "regularizar" a los cuidacoches (darles una credencial, una pechera, exigir que no tengan antecedentes penales y permitirles cobrar una contribución voluntaria) están viciados por orientarse a "embellecer" el efecto y no a corregir la causa. Está claro que es más rentable evitar una extorsión que regularizarla con la idea de ordenar - de paso - el tránsito. Habría formas más eficientes de lograr este último objetivo.

Con dos reflexiones adicionales: En primer lugar, si desaparece el factor extorsión (un cuidacoches "legal" no dañaría el vehículo a su cargo), se reduce fuertemente la necesidad de pagar, y por lo tanto la predisposición a hacerlo. El ingreso promedio privado debería acercarse a los 0.78 centavos de dólar generados por el ahorro de tiempo y de daño "generado por terceros". Esto haría que el atractivo privado del negocio (para el cuidacoches "legal") fuera mucho menor que para el "informal". En segundo lugar, si una persona con antecedentes penales no puede siquiera cuidar coches en la calle; ¿qué puede hacer? Mensaje para los ex-penados: ¡piense en volver a delinquir, pues no le permitirán ni cuidar autos!

Oficios urbanos: los cuidacoches, o la rentabilidad privada del espacio público

1. Introducción: Un oficio pintoresco

El mercado, como la naturaleza, aborrece el vacío. Cuando detecta una oportunidad de captar una fuente de valor aparece el emprendedor que organiza un modelo de negocio para apropiársela.

En la gran ciudad las oportunidades están por todos lados. Eso favorece  la aparición de oficios urbanos, tan pintorescos como los vendedores coloniales cuyos pregones aprendíamos de niños en las cercanías de las fechas patrias. Sólo que algunos de los modernos pregoneros son un poco más siniestros.

Tomemos, por ejemplo, a los cuidacoches. Para beneficio de aquellos (afortunados) lectores en cuya ciudad no existen, el cuidacoches es un individuo que, munido de un trapo más o menos limpio, se instala en una cuadra en la ciudad (cercana a un centro comercial, un complejo de cines, una zona de restaurantes o un estadio deportivo, por ejemplo) y ofrece a los automovilistas que buscan estacionar allí su protección.

¿Protección contra qué, se preguntarán? Cual urbano y posmoderno Dr. Jekyll and Mr. Hyde, el cuidacoches ofrece protección contra su lado más oscuro. En efecto, también puede desalentar al ocasional ratero o ladrón de autoestéreos, pero la principal amenaza es él mismo. Si el automovilista resiste a su pregón y se aleja sin pagarle, a su regreso puede encontrar un neumático pinchado, un rayón en el paragolpe...o no encontrar su automóvil. ¿Quién ha sido el autor de la tropelía? Quien sabe, pero el cuidacoches luce amenazante. Obviamente, la mayoría de los conductores paga por la "protección".

El cuidacoches como oficio plantea reflexiones desde lo público y desde lo privado. En esta entrada lo veremos desde la evaluación privada.

2. El modelo de negocio: la creación de costos

Como modelo de negocio, es creativo: la escasez de espacio para estacionar genera que el mismo sea un recurso valioso, y la necesidad de pagar por el mismo; el precio de los automóviles los transforma en un bien que debe ser protegido; sobre todo, la amenaza de daño en un bien valuable genera predisposición a pagar.

Se produce así lo que Pasqual define como "proyecto forzoso": crear los costos para justificar el proyecto. Tal como señala este autor, "aunque la creación de costos sea una actividad nefasta para el conjunto de la sociedad, puede proporcionar buenos beneficios para un sector determinado" (Pasqual, Joan [1999]: La evaluación de políticas y proyectos. Criterios de valoración económicos y sociales. Icaria-Antrazyt-Universitat Autònoma de Barcelona, página 159. Véase también http://www.ecap.uab.es/jpasqual/ACB.htm). En nuestro caso, la actividad parece ser muy rentable desde el punto de vista privado.

Lo interesante del modelo es, sobre todo, el sutil juego con la probabilidad de daño. El cuidacoches tiende a ser amable y a desarrollar, en algunos casos, relaciones comerciales duraderas con ciertos clientes habituales. Su ventaja no reside en ocasionar un daño a quien no paga sino en sugerir que la probabilidad de ese daño aumenta  cuanto menos amable y dadivoso se sea con él. Se trata de un claro ejemplo de información asimétrica: el cuidacoches sabe con certeza si dañará o no el automóvil cuyo dueño no pague; el automovilista sólo puede suponer que quizás no lo dañe. El valor esperado del daño es alto, aún si el escenario de "no daño" tiene una probabilidad mayor que el escenario de "daño", pues el valor del automóvil es elevado.

3. Rentabilidad privada del negocio

El precio de la protección es (relativamente) barato: en Buenos Aires, entre USD 1 y USD 20. En el primer caso se trata del precio de un espacio cualquiera cerca de algún área de esparcimiento; los precios mayores se cobran por el estacionamiento cerca de eventos como recitales o partidos de fútbol.

En cualquiera de los casos, como un monopolista perfectamente discriminador, el cuidacoches gradúa su tarifa en función de al menos tres variables: el tipo de automovilista (mujeres, ancianos y gente con niños pagan más), el tipo de vehículo (cuanto más lujoso, más paga) y el tipo de evento (recitales y partidos de fútbol son más caros).

Veamos un poco los números. Una cuadra cualquiera alberga unos 15 automóviles. Supongamos que el cuidacoches vende cada espacio 2,5 veces  por noche, a un dólar cada vez. Esto significa un ingreso de USD 37.50  por noche, en promedio. Quizás los viernes cobra más, y vende más veces los espacios, y los domingos debe cobrar menos, cada auto usa más  tiempo su espacio y algunos quedan vacíos. Podemos sensibilizar esas variables, pero como estimación rápida tenemos un ingreso de USD 112.50  por semana, o USD 450 por mes. Nada del otro mundo, pero pensemos que trabajan sólo tres noches a la semana (está bien, se trata de fines de semana, y por la noche, y debe ser aburrido), y que el precio que supusimos es el mínimo que actualmente se cobra. Estos ingresos posicionan a este oficio como mejor pago que varios otros (por ejemplo, repositores de supermercado o mensajeros).

Además, la venta de espacios "marginales", y una escala mínima de producción (el cuidacoches individual). El verdadero negocio está en otro lado.

4. Mejorando el negocio: Economías de escala

Si cuidar una cuadra es valioso, el derecho a hacerlo también lo es. En  un mercado tan desregulado, las barreras de entrada son bajas, aunque las hay. De modo que el modelo optimizado debe implicar fortalecerlas... para quien está adentro. En otras palabras, tener la fuerza suficiente para defender el territorio y destinar parte de los flujos de ingresos a "comprar" a su vez, protección.

Podemos deducir así que sobre el cuidacoches individual hay un empresario que regentea varias cuadras, dando a cada cuidador protección física contra intrusos y comprando el silencio policial.

Supongamos un empresario más o menos generoso, que tenga 10 cuidacoches a su cargo, a los cuales les pide "sólo" 40% de las ganancias mensuales. Su ingreso mensual será USD 450 x 40% x 10 = USD 1.800. Aún pagando un 30% de ese ingreso a la policía - como señalan algunos conocedores del tema - sus ingresos mensuales serían USD 1.260, tanto como el de un empleado bancario de cierta categoría.

En este cálculo estamos suponiendo un precio bajo y un personal escaso. Algunas crónicas periodísticas hablan, sin embargo, de "empresas" de 30 personas, lo cual triplicaría el ingreso mensual anteriormente calculado, para el empresario. Nada mal, si bien es cierto que es una actividad más riesgosa que trabajar en una sucursal bancaria, aunque también más saludable, ya que se trabaja al aire libre, uno se mueve todo el tiempo y cada tanto puede haber alguna ágil escena de pugilato, que los mantiene en forma.

5. Mejorando el negocio: El mercado premium

Claro que lo anterior palidece frente a los ingresos que se pueden obtener si se apunta al mercado premium: partidos de fútbol, recitales de rock o torneos de tenis, por poner algunos ejemplos.

Supongamos 5,000 espectadores que pagan (por lo menos) USD 5 para que su automóvil sea "cuidado" durante el evento. Eso representa un mercado de USD 25,000. Aún suponiendo que el territorio se lo repartan tres o cuatro empresas, y que se pague el 30% de rigor por la ceguera policial, el ingreso neto no es menor a USD 5,000... en medio día de trabajo.

Obviamente conseguir los espacios en esos eventos no debe ser fácil para los "empresarios", lo cual explica en parte la alta rentabilidad

6. Conclusión

No sería difícil armar, desde el teclado, un árbol de problemas que explique el entramado de causas que permite el surgimiento de este oficio. Pero para no caer en trivialidades (tales como la desidia estatal y la falta de oportunidades laborales) habría que hacer un trabajo de campo, y testear cada causa y su efecto.

Sin embargo, unos sencillos cálculos alla Fermi nos muestran la razón de la permanencia y lozanía de esta "industria": claramente, es un mercado muy rentable, donde no se pagan impuestos, y la rentabilidad atrae capitales. Por ello creo que vamos a ver a los cuidacoches por muchos años en las callecitas de Buenos Aires.

El problema de Robinson, o, ¡es la preinversión, estúpido!

El título de esta bitácora puede parecer oscuro - o demasiado claro. En cualquier caso, no parece demasiado adecuado a una bitácora sobre evaluación de proyectos. Sin embargo, me parece que la figura de Robinson, y varios de los episodios de su vida y de su estadía en la isla, son muy ilustrativos para los evaluadores de proyectos y los inversores.

Obviamente, Robinson Crusoe estaba en un problema cuando naufragó en su isla. La definición de ese problema fue cambiando con los días: cuando comenzó la tormenta y la nave encalló, el problema era sobrevivir al naufragio; cuando llegó a tierra, sobrevivir a un aislamiento total y sin recursos. Cuando pudo recuperar los recursos que estaban en la nave, e instalarse, su problema fue cómo salir de la isla. Cuando se convenció de que eso no era posible, su problema fue cómo armar un modo de vida sustentable, con los recursos que disponía.

¿A cuál de todos los problemas me refiero? Uno en particular fue el que nos hizo elegir al título - y a la figura de Robinson - para identificar esta bitácora: el famoso episodio de la construcción de la canoa.

Si recuerdan, al poco tiempo de estar en la isla a Robinson se le ocurre hacer una canoa vaciando un árbol, al estilo indígena. Elije "un cedro como el Líbano no suministró uno igual a Salomón para la construcción del templo de Jerusalén: tenía por la parte de abajo del tronco cinco pies y medio de diámetro [aprox. 1.6 metros], y su altura, hasta las ramas, era de treinta y dos pies [aprox. 10 metros][...]."

Luego de 155 días de arduo trabajo fue dueño "[...] de una hermosa piragua, capaz de contener veintiseis hombres, y por consiguiente de conducirme con toda mi carga." Su alegría fue intensa, como intensa fue su desazón cuando comprendió que le sería imposible botarla al mar: ¡el árbol que había elegido estaba demasiado lejos de la costa!

El problema de Robinson fue que incurrió - para su desdicha - en el "pecado original" de muchos proyectos: pasar de la idea a la ejecución, sin formularlo adecuadamente, sin evaluarlo, sin prever factores de riesgo. Imaginó, sin cálculo alguno, un VAN positivo. Pero el VAN se hace efectivo cuando el proyecto puede ejecutarse y operarse según lo previsto; una adecuada preinversión (identificación, formulación y evaluación del proyecto) aumenta las probabilidades de que eso suceda... o detecta que es mejor no realizarlo.

Reconozco que en su caso la ansiedad por salir de su dura situación puede haberlo llevado a esa costosa omisión.  Para el resto de nosotros, que - por suerte - encaramos proyectos sin la presión de la supervivencia y con más apoyo que el pobre Robinson, omitir una adecuada formulación y evaluación del proyecto es menos disculpable.

Todo proyecto debería atravesar un ciclo de vida: la preinversión (los estudios donde se lo identifica, formula y evalúa), la inversión (cuando se comienza a realizarlo) y la operación (cuando se entra en producción). Estas etapas pueden hacerse más cortas o más largas, según la complejidad del proyecto o los recursos disponibles. Pero deben cumplirse, de modo de evitar, como dice Robinson, "la gran locura que significaba emprender una obra antes de haber calculado lo que costaría el ejecutarla".

 

¿Tu también, bruto, Robinson?

Agregar otro blog al ya vasto universo existente no parece una muy buena idea, como no lo era, para Robinson, embarcarse y ver mundo en lugar de iniciar una vida tranquila y ordenada con el negocio de su padre.

Sin embargo, hay razones irresistibles: tal como cuenta Robinson que lo sedujeron para su primer viaje con el argumento, "habitual en los marineros", de que no le costaría nada, publicar un blog no cuesta nada (salvo tiempo), y ofrece los (virtuales) (wharholianos) quince minutos de fama. ¿Por qué no hacer uno, entonces, y tentar a la fortuna para lograr al menos algunos lectores?

Para tranquilidad de los otros navegantes, con este blog no busco agregar uno más al universo de los blogs personales, o al de los autorreferenciales, ni el objetivo del mismo es tomar a los propios blogs como objeto de reflexión  (campo que parece bastante propicio para generar bloggers). Mi intento es más modesto: producir un blog académico, donde pueda difundir y confrontar mis ideas acerca de la preparación y evaluación de proyectos y de temas relacionados.

La visión que privilegie será la de un economista, de modo que "evaluación de proyectos" significará "análisis costo beneficio", tanto en su versión privada (financiera) como económica ("social", "societal", o como gustéis). También, siendo economista, tengo cierta tendencia a ver el mundo en una perspectiva de mercados, incentivos y -obviamente- costo beneficio, de modo que los proyectos no se limitarán a la construcción de fábricas, compras de equipos y otras inversiones "productivas", sino que la idea es incursionar -opinando- en todas las áreas donde hombres y mujeres invierten recursos para obtener algún beneficio.

Así que comenzamos estas singladuras (ya que en Internet se navega) con  rumbo abierto, bajo la advocación de Robinson Crusoe. ¿Por qué él, se preguntarán? La respuesta es motivo del próximo artículo.